viernes, 22 de julio de 2011

Presencias

La mía no la encontré en medio de la miga del pan, como el barbero de Nicolai Gogol, más bien creo que hace 23 años, cuando me acostaron encima de mi mamá, y todavía húmeda y llorosa debí haber sentido el primer aroma de lo que es el amor.

Ayer fue la noche de las narices, de la mía, que andaba excepcionalmente activa.
Porque la nariz y su sentido está caprichosamente ligado al cerebro: a la memoria.... y a las emociones.


Recordaba al abuelo, porque olía a pescado cuando llegué, y él siempre tenía una frase característica para esa honorable ocasión culinaria.

                               Después comenzó a oler fuertemente a romero, y se purificó todo alrededor, será porque mi mamá cantaba felíz con su grupo de gente que cree en las mismas cosas que ella, ahí, en el cuarto donde ahora hacen bingos y actividades para los viejitos del barrio, y a veces rezan, y a veces comen, donde antes dormía yo y me pintaba las uñas y falsificaba las firmas para el cole... Ahí mismo.


          Al rato quiso oler a limón, del que abre el apetito, pero no, porque ya había comido pescado, del que huele cuando uno entra, del que mi abuelo comentaba cada vez ...
   
           Era mi mamá... - la que me quiso encima a pesar de ser un ratón pequeñillo - , la que estaba usando jugo de limón para darle brillo a mi collar de cobre, el que compré en una venta de cachivaches, para ingresos a beneficio del lugar multiusos; donde a veces cantan y hacen chanchos de papel maché... de donde salía olor a romero, (alguna señora que quiso que le regalaran un hijito de la mata del patio) , donde mientras buscaban una bolsa dónde echarla alguien más servía el aguadulce, que minutos antes yo confundiría con frijoles , hasta que el movimiento del cucharón en la olla revolviera los olores de miel y me evitara un pésimo sabor del pescado.


            A veces estoy en el prekinder con el olor de la goma en barra y una marca de jabón barato. En las navidades más felices, con la "gomaloca" que usábamos para hacer adornos de papel brillante y retazos viejos con botones, porque no había plata.
                             En la casa de mi abuela con el repollo y el atún de las ensaladas.
          O en un país alejado, con el sueter perfumado que me dejó antes de irse y que uso mientras escribo.


Hoy debería llover.



     





                 


       

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